Hacía calor. Demasiado calor. Tanta, que
se podía ver las gotas de sudor recorriendo nuestros cuerpos. Pero no me
importaba.
Sam seguía dejando marcas de sus besos
por mi rostro y mi cuello.
—Te
amo... Te deseo… —decía jadeando entre beso y beso.
Pero amar o enamorarme no era mi
intención. Pero él no lo sabía.
Desde que entré en este cuarto abandonado
con Sam ya tenía localizada la piedra. Su forma hace bulto en uno de los
bolsillos delanteros del pantalón.
Intenté varias veces deslizar mi mano
hacia el interior de ese bolsillo pero él siempre me agarraba por las muñecas
antes de llegar y me las posaba en su pecho.
Quería que lo tocara. Que que explorara
cada parte de su cuerpo. Quería jugar.
Si íbamos a jugar, jugaríamos en serio.
Ahora me tocaba sacar las cartas a mí.
Lo besé de una manera muy brusca haciendo
que su cuerpo fuera el que se apoyara esta vez en la pared. Sam aceptó el beso
y tirando de mis caderas me atrajo hacia él.
El beso duró unos segundos, suficientes
para dejar a Sam un poco confuso y mareado. Empecé a deslizarme hacia abajo a
la misma vez que lo hacían mis manos.
Él, ajeno a lo que yo intentaba hacer,
puso sus manos encima de mi cabeza y yo por fin pude meter mi mano en su
bolsillo.
Parece ser que él se dio cuenta que
intentaba sacar la piedra e intentó sacarme apresuradamente la mano pero yo ya
la había agarrado y cuando consiguió, de una fuerte tirada, sacarme la mano yo
llevaba la piedra conmigo.
Me levanté poco a poco y detuve mi mirada
en sus ojos. Su mirada expresaban terror y asombro a la vez. Lo único que pude
decirle fue:
—Lo
siento, pero me pertenece.
Y me encaminé a salir de la habitación
con una sonrisa de satisfacción, pero cuando iba a cruzar el umbral de la
puerta escuché a mi espalda un sonido sordo que hizo que me girara.
Sam se encontraba extendido en el suelo.
Había sido él quien había hecho ese sonido.
Corriendo, me puse a su lado y comprobé
su pulso. No tenía. Me puse muy nerviosa y empecé a intentar reanimarlo, pero
no hubo manera, su corazón seguía parado.
Lágrimas brotaron de mis ojos sin darme
cuenta. Había empezado a llorar encima del cuerpo de Sam.
Madre no me dijo que las piedras le
quitaría la vida al chico portador de la piedra. Y la odiaba por eso. Sabía lo
mucho que sufrí por la muerte de Padre.
—¡CHARLOTTE!
Helena se encontraba en el umbral de la
puerta por el que yo había intentado salir de forma satisfactoria.
—¡NO
HA SIDO CULPA MIA, DE VERDAD! ¡LO SIENTO!
—chillé mientras seguía
llorándole a Sam.
—¡CHARLOTTE,
DESPIERTA! ¡¿Qué te pasa?! ¿Una pesadilla?
Y desperté de una sacudida.
Pues si las piedras, en realidad, matan al chico que las tiene, sería una locura. ¿Y si ella se enamora de uno de los chicos? ¿Seguiría las órdenes de su madre y dejaría que mueeran o daría su corazón al amor? Quiero saberlo pronto hfgbahlgblhg
ResponderEliminarMuchos besitos :)
He estado leyendo tu historia, y la verdad es que me ha encantado.
ResponderEliminarEl argumento es genial y está muy bien escrita. ¡Sigue así!
Por favor, que no sea como ella soñó... me pondría muy triste. Sé que las piedras son propiedad de Afrodita, y no sé por qué se las hayan sacado, pero... es la vida de cinco personas. Espero que, de ser como ella soñó, pueda encontrar la forma de llevarse la piedra sin provocar la muerte del portador.
ResponderEliminarUn capítulo (o micro) encantador, me dejaste enganchada :).